¡Señor, ya no más! Decía Ella, mientras se retorcía en el suelo al mismo tiempo que carcajadas salían de su boca. Su cuerpo parecía estar amarrado al piso ya que por más que ella intentaba levantarse, un enorme peso la jalaba hacia el suelo. El salón de la iglesia estaba lleno de una atmosfera muy especial que parecía que tocabas las alas de ángeles que adoran a Dios en el cielo, y cada vez que cantábamos esa alabanza de Danilo Montero “…tocar tu manto Señor”, ella nuevamente decía:
—¡Señor, ya no más! ¡Me pesa demasiado! ¡Ya no quiero tu armadura!
—¡Señor, ya no más! ¡Me pesa demasiado! ¡Ya no quiero tu armadura!
Gritaba, mientras las carcajadas se iban y venía angustia sobre ella, su voz se tornaba quebradiza, y lágrimas corrían por sus mejillas. Ahí estaba la iglesia entera mirando cómo una risa llamada santa se había apoderado de ella, pero ahora ella llora de angustia. Ella ya no soporta el peso de la armadura de Dios.
El tiempo de la ministración se había tornado muy espiritual, nosotros íbamos canción tras canción, preparando la atmósfera para una mayor visitación del Espíritu del Señor. Pero esta vez fue abrumador. Lo vimos cuando tomó a Pretty. Pero luego algo extraño pasó, el tiempo sublime de alabanzas y cánticos que nos hacían tocar el cielo ahora se cambiaron en miedo. Sí, yo tuve miedo. Ya no me parecía tan espiritual el acontecimiento. Ella era la única persona riéndose y llorando a la vez entre trescientas almas presentes allí, ella pedía que le quiten “la armadura”. ¿Una armadura? Sí. Ella seguía en el suelo sin poder moverse, sin poder levantarse y lo que decía a todos los que la miraban era: “ayúdenme, quítenme esta armadura”. Ella pedía ayuda. Que le saquen una “armadura”. La gente no dejaba de glorificar a Dios. Mientras otros estabas perplejos sin entender nada.
El pastor bajó del altar y se acercó a ella. Ella estaba muy conmocionada, y cuando él se acercó ella se volvió a retorcer en el suelo y dio varios alaridos. Con una voz quebradiza, como quien tiene una angustia que le sale desde el interior de su alma, le dijo:
—“pastor, quítame esta armadura!”
El tiempo de la ministración se había tornado muy espiritual, nosotros íbamos canción tras canción, preparando la atmósfera para una mayor visitación del Espíritu del Señor. Pero esta vez fue abrumador. Lo vimos cuando tomó a Pretty. Pero luego algo extraño pasó, el tiempo sublime de alabanzas y cánticos que nos hacían tocar el cielo ahora se cambiaron en miedo. Sí, yo tuve miedo. Ya no me parecía tan espiritual el acontecimiento. Ella era la única persona riéndose y llorando a la vez entre trescientas almas presentes allí, ella pedía que le quiten “la armadura”. ¿Una armadura? Sí. Ella seguía en el suelo sin poder moverse, sin poder levantarse y lo que decía a todos los que la miraban era: “ayúdenme, quítenme esta armadura”. Ella pedía ayuda. Que le saquen una “armadura”. La gente no dejaba de glorificar a Dios. Mientras otros estabas perplejos sin entender nada.
El pastor bajó del altar y se acercó a ella. Ella estaba muy conmocionada, y cuando él se acercó ella se volvió a retorcer en el suelo y dio varios alaridos. Con una voz quebradiza, como quien tiene una angustia que le sale desde el interior de su alma, le dijo:
—“pastor, quítame esta armadura!”
Toda la iglesia entendió que era “la armadura de Efesios”, es decir, el Señor le había puesto “su armadura de poder”. Todos glorificaban a Dios. El Señor nos había visitado esa mañana. El Espíritu había tomado a Pretty y le había dado su armadura de poder. Risa y lloro. Eso tenía que ser Dios. Di órdenes al baterista y tras redobles lo siguió el piano y las guitarras, ese era el momento preciso para cantar “…hay una unción aquí, cayendo sobre mí…”. Era nuestra oportunidad. Siempre vivíamos expetantes de una mayor medida de unción. No puedes ahelar poco. Eso se daba sin medida. Si a esta mujer la visitó. Pronto toda la iglesia saldría al frente para recibir ese toque de Dios. No demoraban en salir a tocar a esta mujer, no había dudas que ella era un recipiente del fuego de Dios, y hay que salir a tomar un poco para cada uno.
Ella estaba agotada, pero así son los éxtasis espirituales. Su cansancio pronto la llevaría a caer en un sueño profundo en el Señor, no importando que sea en medio del salón de la iglesia o a pocos metros del altar.
—Pastor, hay que ayudarla, la hermana parece cansada y con dificultad para respirar.
Le dijeron los ujieres y demás ayudadores del culto. Pero el pastor les respondió con bastante persuasión un no rotundo.
—No, ella no está cansada, y si lo estuviere, el Señor la ayudará, porque quien la toma es el Señor, ella está llena de gozo. El gozo es nuestra fortaleza. Hermanos alaben a Dios, no duden. No se detengan.
Pero haciendo caso omiso al pastor, unas hermanas trataron de levantarla. Grande fue la sorpresa. Ella pesaba demasiado. Llamaron a ujieres varones, pero era imposible moverla. La música seguía. La gente oraba y glorificaba a Dios. El altar estaba lleno de gente gimiendo y adorando. Otros yacían en el piso descansando en el Espíritu, mientras la mayoría observaba.
Yo también observaba con atención. Parecía un completo tiempo de Dios, algo circundaba nuestra atmósfera. Yo vi claramente que los ujieres trataron de levantarla pero ella parecía que era de plomo. De pronto ella pidió ayuda. Cada vez con más angustia. La armadura pesaba demasiado. El pastor la tomó de la cabeza para orar por ella. Ella lo miró fijamente. Su mirada era de una chica deslumbrada, pero seguía atada al piso.
—Ayúdame siervo de Dios. No me dejes en oscuridad.
¿Oscuridad? Sí, ella dijo "oscuridad". Ella reconoció que todo ello provenía de las mismas tinieblas.Los pelos se me pusieron de punta.
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